China no ha dicho su última palabra
28 noviembre 2021 Categoría: Tribunas opinión
La pandemia acentuaba tendencias ya presentes como el teletrabajo, la enseñanza a distancia o el ocio por internet, un rumbo no deseado por un Gobierno que busca mayor vigilancia y control social.
Una tarjeta de presentación inmaculada en el plano económico. Esta es la conclusión que obtendríamos si, hasta la aparición del coronavirus, valoráramos la decisión de incorporar a China a un capitalismo cauteloso, adoptada décadas atrás por los sucesivos líderes del país.
El resultado de esta elección es evidente. China es hoy la segunda mayor economía mundial en PIB nominal y líder en términos de paridad de poder adquisitivo. Ha presentado un crecimiento medio del PIB cercano al 10% en casi cuatro décadas, y un peso económico mundial próximo al 20%, ajustado por precios, frente al 1% a comienzos de los años ochenta. La incorporación de su población a la clase media consumidora ha sido igualmente espectacular, añadiendo el equivalente de una España al año hasta concentrar la mitad de la clase media mundial.
Pedro Sastre es Analita Senior de Estrategia de Mercados de Banca March
Pero como economía planificada que es, las cosas cambian rápido en el gigante asiático. La pandemia acentuaba tendencias ya presentes como el teletrabajo, la enseñanza a distancia o el ocio por internet. Un rumbo este no deseado por un Gobierno que, en aras de una “prosperidad común” y mayor control social, impulsa un cambio en su modelo de crecimiento, incluyendo una mayor vigilancia regulatoria, que penaliza hoy a sectores como la tecnología o la educación.
Consecuencia o casualidad, asistimos en los últimos meses en China a un freno de su economía, resumida en un triple frente. En primer lugar, la mejoría pospandemia ha mostrado signos de estancamiento, asociada a nuevos brotes esporádicos y con repercusión en el gasto minorista y viajes. Se añaden, además, problemas de suministro energético por la elevada dependencia china del carbón, cercana al 60% de su mix de generación. De fondo subyace el deseo gubernamental de reducir su uso, muy contaminante, denegando la expedición de permisos de nuevas minas o extensión de la vida de las existentes.
Por último, el freno constructor e inmobiliario, importante palanca de crecimiento del país con un peso del 14% del PIB, sujeto al deseo gubernamental por frenar la exacerbada demanda de inmuebles y fuerte incremento del endeudamiento promotor. Las dudas mediáticas se centran en torno a la promotora Evergrande, con un pasivo equivalente al 2% del PIB del país, en periodo de gracia para atender al pago de un cupón en dólares. Con un tamaño bastante menor, han incumplido obligaciones de pago compañías como Kaisa o China Properties Group.
Tres problemas reales que no nos llevan, sin embargo, a subestimar su capacidad de recuperación. Por un lado, su salida más temprana de la crisis supuso para el país un reducido esfuerzo fiscal y monetario, del 1,5% y 5% del PIB, un tercio del esfuerzo europeo y un quinto del estadounidense, listo para ser utilizado. En el frente inmobiliario, el apalancamiento de los hogares es del 30%, elevado pero la mitad que en España en la última crisis. También, y aunque la dependencia económica del sector es alta, la menor exposición de su banca al crédito promotor e hipotecario -menos del 50% del crédito privado total- le da un cierto margen.
Más a medio plazo, aspectos como la urbanización, las infraestructuras y una pujante clase media son sus pilares del crecimiento futuro que, incluso en un entorno de menores crecimientos que en el pasado, buscado y dirigido, no evitará que China siga contribuyendo en gran medida al crecimiento global, en su particular esfuerzo de recuperación y reajuste.
Artículo publicado en La Vanguardia